El ángel de la calle Hastings
Esa calle principal es como un gran río, la fuerza de su corriente lleva hacia abajo a todas sus criaturas, algunas luchan contra ella, río arriba. A sus costados una serie de arterias que alimentan el gran río, calles tributarias, algunos meandros donde guarecen las criaturas más feroces.
La calle Hastings, en pleno centro de Vancouver, el puerto principal de la costa del Pacifico canadiense. La puerta de entrada del comercio asiático y de los estupefacientes de ese lado del mundo, el receptáculo de la heroína y otras drogas duras. Hastings street, la inmensa calle de almas atormentadas, el norte de los que deambulan sin norte.
Allí se concentran los restos del primer mundo, alcohólicos, drogadictos, quienes quedaron fuera de la "cultura del éxito". Todo país "desarrollado" tiene su calle Hastings donde van a parar los deshechos de un mundo cada vez mas egoísta.
En una de aquellas entradas del río la vi. Larga como una columna de humo muy blanca, casi transparente, de enormes ojos tristes, azules sin brillo, más tristes a cada esfuerzo de su sonrisa sin sentido. Enormes ojos tristes que de llorar habría de recibir sus lagrimas con las manos juntas. El ángel de la calle Hastings casi saliendo de la adolescencia pero entrando definitivamente a un hotel, indescifrable su camino sobre las largas piernas picoteadas de agujeros y las rodillas enrojecidas, visible signo de genuflexión, hincada doblemente, sobre el pavimento y bajo la indolencia de la hipodérmica.
El ángel de la calle Hastings de alas tristes e inútiles, incapaz ya de levantar el vuelo.